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La sensación al ingresar fue la de entrar a un santuario. Qué alejado estoy de todo lo relacionado al deporte, pero qué bien me sienta este lugar! Algo me dice que esta experiencia me va a gustar.
La flamante sede de Rockcycle en Buenos Aires está ubicada en la planta baja del coqueto Hotel Dazzler en Palermo. Todo huele a nuevo y los detalles del lugar me dan ganas de empezar. Una recepción agradable, vestuarios impecables, y ese salón en penumbras, con casi 60 bicicletas, iluminadas por la tenue luz de las velas. Ya estaba al tanto de este revolucionario método que practican Tom Cruise, David y Victoria Beckham, Madonna y Lady Gaga. Ya sabía que era una especie de spinning, pero desconocía ese plus que tiene Rockcycle y que lo convierte en casi una ceremonia mística de buena vibra grupal.
Mientras me pongo las zapatillas especiales para subirme a la bici, Maxi Santucho, head trainer de Rockcycle, me cuenta que vamos a estar pedaleando durante 45’ (Podré?!) Pero bueno, como en cualquier clase, cada uno se adapta a sus propios tiempos, a lo que te dicta tu cuerpo y hacés hasta donde podés. Justamente tus compañeros de clase, te van a llevar a que puedas más. (Pero eso lo iba a descubrir unos minutos más tarde)
El ingreso al “santuario” también es estricto. Hay que llegar a tiempo para la clase, porque una vez comenzada se cierra la puerta. Igual el crossfit nos ha acostumbrado a los porteños a eso de ser puntuales, sino habrá que esperar a la próxima clase.
Frente a las bicicletas en fila, cada una con un par de mancuernas, hay un enorme espejo que ocupa toda la pared. Verse pedalear y esforzarse inspira a seguir, sobre todo si detrás nuestro la imagen es la de un camino por el que vas a transitar en esta bici fija. Sí, no vamos a ningún lado. (O eso creía antes de empezar!)
Miro a mi izquierda y en otra de las paredes, hay mensajes e inscripciones que alimentan el espíritu, porque justamente de eso se trata este método de indoor-cycle, de un trabajo físico intenso, pero en un ambiente motivacional y espiritual.
Comienza la clase con música bien arriba, y ya se siente una atmósfera distinta. Pedaleamos al ritmo de la música, con un full-body workout. No sólo trabajamos las piernas sino también involucramos brazos y abdominales. El ambiente, les juro, es mágico. La vibra grupal se potencia con los sonidos, la luz de las velas y los mantras motivacionales que inspiran al esfuerzo máximo.
Claro, no solo estamos trabajando nuestro cuerpo, también nuestro espíritu. Y eso, no hay dudas, es #loqueva. Tras varios minutos bien al palo, transpirando y largando todo, vienen unos minutos de relax, el pedaleo es más tranquilo, la música es chill, la energía del grupo y el lugar es súper reconfortante.
Liberé tantas endorfinas (y cigarrillos fumados) que desbordo de alegría. El coaching motivacional generó una energía de grupo y de incentivación que no se da en muchas disciplinas. Ahora se vienen los últimos minutos, otra vez al máximo, para entregarlo todo. Para sentir, al final de la clase, que somos la mejor versión de nosotros mismos.